Desde ayer estuviste conmigo, no me sentía del todo bien, pero el verte sonreír me daba una especie de tranquilidad. Toda la tarde estuvimos quietos, tranquilos, como queriendo encontrarle sabor a estar así, sin hacer nada en realidad relevante, como con ganas de mezclarnos con el tiempo y hacerlo más lento aún.
Ya casi era de noche, me veías recostado mirándote y te pusiste súbitamente seria, con voz de autoridad me exigiste que dejara de estar así y jugara contigo. En este punto debo confesar que de lo último que tenía ganas era de jugar, pero tu insistencia y tu cuerpecito saltando encima de mí, me convencieron.
Jugamos y jugamos, nos reímos tanto, que nos agotamos, eso te dio mucha hambre y nos fuimos a cenar, más plática, más risas, muchas más risas.
Era ya algo tarde cuando decidimos que era hora de dormir. Obvio quisiste ver la tele, yo aproveche para checar unos pendientes en mi correo, pero fue algo rápido, en unos minutos estaba contigo. Te conté un cuento que improvisé y uno a uno fueron llegando los chistes, que te hacían reír y a mi me hacía muy feliz verte así. El cuento acabo y lo comentamos, como siempre, el sueño estaba ganándote y con un beso y un buenas noches terminó tu día. Para mí fue un momento lleno de satisfacción porque sé que en estas pocas horas se reforzó nuestro lazo de una forma exponencial.
Hoy, la mañana fue un poco agitada, pero solo un poco, el tiempo alcanzó justo, nos bañamos, nos cambiamos, desayunamos rico y tranquilos, es más alcanzó el tiempo para limpiar el desorden del desayuno. En este momento estas en tus clases de catecismo y estas feliz, sonriente, hasta la flojera se te quito.
¿Sabes? Cuando te pregunté si eras feliz y me contestaste: MUCHO, PAPÁ, TE AMO, TE AMO, CHIQUITITO BONITO... Reconocí mi propia felicidad... ¿Qué más puedo pedir?
1 comentario:
En momentos así, no hay más que pedir... Sólo dar gracias por lo que se tiene.
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