Es el último domingo de marzo y yo ya estoy aquí. El sitio es algo raro para una cita, pero así eres tú. Estoy enmedio de un mar de gente que en el ensordecedor ruido de fondo, paulatinamente me envuelve un silencio. No sé si a ustedes les ha pasado, que cuando el sonido o el ruido es una constante, este puede ser eliminado. Es como si pusieramos las ondas sonoras encontradas al ruido y éste se cancelara. Este nuevo mall, es todo un éxito, pienso.
Estoy entre flujos de gente que ríe, que piensa en su cotidianidad, que ama, que se apresura, que se enoja por nimiedades. Es tarde, ya pasan de veinte minutos tu retardo, empiezo a creer que me equivoqué de sitio o que de plano no te interesa verme. Es curioso, no siempre hay el mismo interés de ambas personas en una cita, siempre uno de los dos es mucho más interesado. Sucede todos los días en todas las cosas que involucren a dos personas. Pero, cuando se da el interés en la misma proporción, es como fuegos de artificio. Es la magia, es el sentir que puedes ser mejor a cada momento. La empatía absoluta. Cielos, estoy divagando.
Ya es media hora, ahora es casi seguro que no vengas, marco a tu teléfono y este está apagado, así ha estado todo el día. Me hubiera encantado confirmar el lugar, es lo lógico hacerlo así, aunque ya no tengo seguridad de nada, en este momento empiezo a ceder a la idea de olvidarme del asunto, olvidarme de ti. No estoy enojado, estoy oficialmente triste. El sólo pensar en verte y volver a ser parte de una conversación en exclusiva, me hacía sentirme VIP.
Ahora, empiezo a caminar hacia la salida, pero de manera inconciente, termino en el punto de la cita. Y ahí doy vueltas y vueltas. Primero de manera pausada y tranquila y en momentos agitado y nervioso. Frente a mí hay una cafetería, me acerco y pido un capuccino grande y un pastel de vainilla con fresas y moras naturales arriba. Es una obra de arte. Lo disfruto enormemente. En esas estoy cuando suena mi celular, realmente me asustó. Con visible nerviosismo veo el número y no lo reconozco. Cuando contesto, la llamada ha finalizado, inmediatamente marco el número y una monótona grabación me indica que está ocupado. Cuelgo y espero, como no marca de nuevo, insisto y la voz femenina que intenta ser institucional me repite la misma oración de número ocupado, cuelgo de nuevo, pero lo intento otra vez, así estoy como quince minutos, intentando comunicarme. ¿Habrá sido ella?, ¿Porqué no llama de nuevo? y si lo hizo y estaba ocupado. Me recrimino haber insistido tanto en llamar al número. Han pasado ya casi dos horas de la hora pactada. Ya la esperanza está en algún lugar que desconozco y que mi ánimo no encontraría jamás.
Estoy entrando en la derrota cuando, veo la mitad de mi pastel de vainilla con fresas y moras y sonrío, tomo un poco con el tenedor y cerrando los ojos, simplemente me dedico a disfrutar ese explosivo sabor. Mi café ya se terminó y la verdad necesito un poco más. Ordeno un capuccino, pero esta vez chico. Está igual de delicioso que el anterior. Termino lenta, casi ceremoniosamente mi pastel y mi capuccino. Contrario a lo que usualmente sentiría en una situación así. Sonrío y me reconozco feliz.
¿Porqué sentir felicidad, cuando alguien te deja plantado? No lo sé, pero es simple y así me siento.
Camino lentamente por mi auto al estacionamiento, la gente pasa a mi lado y contagosamente también me sonríe. Antes de irme, miro el atardecer y tomando un enorme respiro, siento mis pulmones, siento la energía vital en mi cuerpo y entre suspiros, emprendo el viaje de regreso.
Aunque pensándolo bien, es más como el inicio del resto del día. Sigo sonriendo...
2 comentarios:
Yo no juí :)...
Creeme que si me hubiera quedado de ver contigo, para nada te hubiera dejado plantado.
Que tengas una excelente semana.
Besos.
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