I
Eran apenas las once y media de la noche y la oscuridad era realmente atemorizante, el apagón era en buena parte de la ciudad. Lo bueno es que es abril, pensé mientras dos enormes gotas de sudor empezaban a correr por mi frente. A lo lejos, el ruido del tráfico parecía que se alejaba lento, muy lentamente. Hasta que en menos de cinco minutos sólo quedó el silencio, acompañado de murmullos a lo lejos, entre paredes. Supuse que eran los vecinos que platicaban intentando despejar un poco la distracción que representaba un apagón de estas dimensiones. Busqué mi celular y fue realmente difícil encontrarlo, cuando lo hallé por fin, estaba debajo de la cama, junto a mis zapatos, ¿Qué hacía ahí? No lo sé. Intente marcar al 070, para saber que pasaba con el suministro eléctrico y la red no funcionaba, claro, dije, las torres celulares funcionan con electricidad y no hay. Me asomé por la ventana y ni siquiera la luz de la luna había. Todo era oscuridad total.
Me levanté a buscar mi pantalón, donde estaba seguro traía un encendedor, cuando buscaba, pensé en los invidentes, como acostumbrarse a no ver, que vida tan compleja, encontré el pantalón, pero no el encendedor. Entonces está en la cocina, pensé y bajé con sumo cuidado las escaleras. En la cocina al buscar el encendedor, me encontré de la manera más desagradable que uno puede encontrar en la oscuridad un cuchillo, precisamente por su filo, mis dedos índice y medio, sangraban copiosamente. Continué buscando el ahora "maldito encendedor" y me sonreí, ya maldecía al pobre encendedor. Busqué en los cajones, encima de la estufa, en las alacenas y nada, recordé que a un lado de la computadora en el estudio, ahí siempre tengo uno. Caminé despacio y sentía que seguía sangrando. Como es posible que pueda seguir sangrando, no había dolor, pero casi podía escuchar brotar la sangre de las heridas, tomé uno de los trapos de la cocina y presioné mis dedos con él. Llegué al estudio y palpé su superficie y ahí estaba, el sólo palparlo me hizo sentir feliz. Lo tomé con mi mano izquierda e intenté encenderlo, uno, dos, tres intentos, sólo pequeñas chispas salían de él. Lo tomé con dificultad con mi mano derecha y al accionarlo se hizo la luz. Mi mano, se iluminó y pude ver una impresionante cantidad de sangre en mi brazo y el trapo de la cocina antes blanco, ahora completamente rojo, pero la luz del encendedor la hacía ver más oscura y dramática. Apagué la luz, era impresionante ver mi mano, con tanta sangre, activé de nuevo el mecanismo y la luz me devolvió un rostro frente a mí. La luz se apagó.
II
Caí hacía atrás, mi corazón estuvo detenido un segundo, me repegué a la pared, e intenté encender la luz de nuevo, era mucha mi angustia, por lo que vi, que no podía prenderlo, lo volví a intentar y cuando se hizo la luz, no había nadie. Me paré en posición de pelea. Pero el estudio estaba vacío. Saque debajo de mi escritorio una vela, era pequeña o más bien quedaba como un cuarto de lo que fue, será suficiente, pensé. Ahora la preocupación era saber si alguien había entrado a la casa. Busqué en un cajón especial una pistola, que nunca he utilizado y que esperaba nunca hacerlo. La tomé y revisé que estuviera cargada. Empuñando el arma, salí del estudio y busqué en toda la planta baja, revisé puertas y todas estaban perfectamente cerradas. Subí las escaleras, en mi mano izquierda llevaba la vela que parecía que en cualquier momento se iba a apagar y en la mano derecha llevaba el trapo de la cocina amarrado como vendas improvisadas y el arma. Subí lentamente las escaleras, casi como lo hacen en las películas de acción, pegado a la pared, cada vez, me decía a mi mismo que lo que vi, fue sólo un efecto de la poca luz y las sombras proyectadas. Avanzaba, tenía dos opciones, entrar hacía la derecha a la recámara de invitados y a la izquierda, la biblioteca, el baño y las dos recámaras principales, opté por la derecha, era más rápido revisar que no hubiera nadie ahí. En este momento, temía más que fuera un maleante, que algo sobrenatural, ya que, como todos saben, los fantasmas no tienen conciencia, son sólo energías atrapadas en este mundo, con estos pensamientos me consolaba y realmente me tranquilizaba. ¿Por dónde entraría? Las puertas estaban cerradas perfectamente, las ventanas, hubiera sido imposible forzarlas sin hacer ruido. Entré a la recámara de invitados y no había nadie, ni en el baño, salí al pasillo de nuevo y me sentí ridículo, buscando a alguien, pero el sentido de sobreviviencia me mantenía activo. De pronto me sentí absurdo, con mis boxers, sin camisa, enmedio de la noche, en un apagón, con una herida que quizás fuera grave y yo armado y buscando un ladrón.
III
Entré a cada una de las habitaciones y nada, no encontré nada, con alivio vi que todo había sido mi imaginación, coloqué la vela o lo poco que quedaba de ella en la repisa del baño y procedí a ver mis heridas, eran profundas, sentía como llegaban hasta el hueso, en ese momento, me lamenté de la hora que pasé afilando los cuchillos hacía apenas unas horas. La herida del dedo medio aun sangraba, la del índice se había cerrado y secado, procedí a pegar la herida y poner un poco de sulfateasol en la herida para detener la hemorragia, pensé, si voy al hospital me van a cocer el dedo y me va a quedar marca, no tiene caso. Busqué una cinta y me pegué la herida. Con un algodón procedí a limpiar mi brazo, lo humedecí en alcohol y me limpié. Era mucha la sangre.
Cuando ya dejé lista mi mano, me sentí débil, es sicológico, pensé, no pude perder tanta sangre para sentirme así. Bajé a limpiar la cocina, ya que si el trapo y mi brazo estaban todos manchados, ya me imaginaba la cocina como estaría. Tomé la veladora y bajé las escaleras, Lo que vi en la cocina era imposible, había sangre en toda la barra, en el lavaplatos, la vajilla, el piso, el refrigerador, toda la cocina estaba manchada. Era imposible que mi sangre hubiera hecho eso. Sentí nauseas y todo me empezó a dar vueltas, me senté en la escalera y seguía viendo. El miedo se apoderó de mi de nuevo. El arma... Donde había dejado el arma, como había sido tan torpe de descuidarme, subí y la veladora se apagó. El terror se apoderó de mí, subí y subí los escalones y sentía que no avanzaba, no era realidad lo que pasaba, seguía subiendo y sentí claramente como detrás mío alguien me alcanzaba, no escuchaba sus pasos, pero lo sentía detrás de mí.
IV
No recuerdo como, pero llegué a mi recámara y sobre la cama encontré el arma, pero también encontré el encendedor. Lo prendí y baje con el arma lista para deshacerme de lo que fuera. Ahora me sentía poderoso, imparable, seguro. Caminé y baje las escaleras. La oscuridad se abría paso a la luz que de mi mano izquierda salía. Era como si fuera un dios. El calor de la luz me empezaba a quemar mi dedo pulgar, pero nada haría que apagara la luz, no, hasta saber que era o quien era lo que estaba en mi casa. ¿Cómo se atrevía a molestarme a mí? Bajé y ahí en la sala adiviné su silueta y al verme retrocedió. Conforme avanzaba hacia él, retrocedía. Llegó a la puerta de salida y ahí, se desvaneció. No, ahora no te vas, le grité. Abrí la puerta y salí a la oscuridad, entonces vi que no veía nada. Que ni siquiera había una sola estrella que alumbrara, ni tráfico, ni murmullos. Me supe solo.
-¡Hola!, grité, grité tan fuerte que estoy seguro que alguien debía haberme escuchado. Nadie respondió. -Hola, hay alguien aquí... corrí a la casa de mis vecinos, los acababa de ver hacía un par de horas. Toqué y nadie salió. -¡Esteban, María!, les grité una y mil veces. Nada. Caminé de nuevo pegado a la pared. Era imposible tanta oscuridad, entré a mi casa y tomé las llaves de mi auto, salí y me golpeé en la pierna izquierda con la defensa, me dolía, dolía terriblemente. Encendí el auto y las luces, salí hacía la calle y era algo inusual, algo diferente, manejar en la ciudad sin nadie más en ella, no se veía nada, más lo que alcanzaban a iluminar los faros. Me dirigí a casa de mi hermano, al llegar, no había signos de ellos, ni de nadie. Fui a casa de mis padres, saqué las llaves de emergencia de la guantera y entré llamándoles, nadie contestó. No había nadie. Toqué con los vecinos, casi tiro la puerta y nada.
Subí al carro y fui al hospital, Ni una sola alma, había. Era imposible. Me golpeé la cara un par de veces y el dolor fue claro, no estaba soñando, era real. Subí al auto y salí de ahí. A pesar de lo que veía me negaba a creerlo. En esta situación estaba cuando sentí que alguien me seguía. Volteé y no alcanzaba a ver a nadie. Aceleré, fui a la estación de policía, no había nadie. Fui a la Penitenciaria y nada tampoco. El celular seguía sin funcionar. Vi el suministro de gasolina y me sentí aliviado de traer el tanque lleno. Dentro del auto me sentía a salvo. Aunque mi mente se sentía confundida, por la imposibilidad de que todo mundo se hubiera desaparecido. Empecé a formar teorías, pero ninguna me parecía adecuada. Estaba sumido en un mar de pensamientos, cuando de repente, algo golpeo el carro y me hizo chocar contra una banqueta, perdí momentaneamente el control del auto, pero logré mantenerme en movimiento. Mi corazón parecía que estallaría. Volteaba a los lados, pero era imposible ver algo. De repente, delante de mi. Aparecieron.
V
Eran decenas de ellos, describirlos es algo sumamente complejo, eran como sombras, los vi como se acercaban corriendo hacia el carro. No hubo opción los embestí. Y vi como volaban por encima. Aceleré, sabía de alguna extraña forma que debía huir. Sentía su presencia, en mi piel podía sentir, su odio. Sabía que querían hacerme daño. O quizás era el último que quedaba para desaparecerme. Aplasté a fondo el acelerador y sin rumbo seguí hacia adelante. Vi el reloj y eran apenas las doce y media, todo esto había pasado en menos de una hora. Algo no anda bien, pensé.
El carro empezó de pronto a fallar, me lamenté del accidente, rápidamente perdió velocidad y quedé enmedio de la calle, saqué el arma y bajé lentamente, tomé el celular y busqué la señal, nada. La luz del carro apuntaba hacía una camioneta, corrí hacía ella y ahí tuve conciencia del dolor agudo de mi rodilla izquierda, realmente me había lastimado. Llegué a la camioneta y con la pistola quebré el vidrio. A lo lejos, escuchaba como una especie de chillido iba acercándose, subí a la camioneta, encendí la luz de la cabina y busqué las llaves, obviamente no las encontré, pero encontré una navaja, con la cacha de la pistola quebré el switch y saqué los cables, pelé con la navaja los cables y los pegué unos a otros, era la primera vez que hacía algo así, si en las películas lo hacen debe de funcionar, de repente, al unir dos de los cables, la camioneta encendió. Cerré la puerta cuando el chillido estaba encima de mi, sentí como se subían en la camioneta. Eran cientos de ellos, aquí confirmé mi definición de ellos, sombras negras, con ojos rojizos que brillaban con luz propia. eran asquerosos, dejaban una estela detrás de ellos, una especie de baba que embarraban lo que tocaban. Sentí un temor enorme de ser tocado por ellos, arranqué a toda velocidad. Pero no podía deshacerme de los que estaba encima de la cabina, empezaron a golpear las ventanas y el parabrisas, estaba en shock. Encendí los limpiaparabrisas y eso no hizo más que enfurecerlos. Encendí la luz de la cabina y salieron disparados en todas direcciones. Ahora confirmaba que ellos eran los responsables del apagón.
Me encaminé hacia una gasolinera, Sentía que me seguían, no de cerca, con precaución, eso me daba una ligera ventaja. Al llegar a la estación de gasolina, me detuve lo más cerca de una bomba, me baje con la pistola en la mano y busqué la llave magnética para activar la bomba, no fue difícil, estaba a un costado de la bomba, marque servir y abrí la llave. La gasolina empezó a caer en el suelo, a lo lejos sentía que llegaban y que se organizaban. No los podía ver, pero si los podía sentir. Me veían ya con cierto respeto. Dejé la llave abierta y procedí a avanzar un poco hacia la calle. Ahí me bajé con unos papeles que encontré en la camioneta y procedí a encenderlos y echarlos al piso de la gasolinera. Eso bastó para que en unos segundos tuviera una enorme explosión de uno de los tanques de la gasolinera, tenía ahora si, algo más de luz. Era una enorme fogata. Empecé a danzar muy cerca de las llamas. Debo de estar loco, pensé. Pero sentía que los había vencido. Mientras dure el fuego puedo estar seguro. Ya estaba pensando en donde estaba la gasolinera más próxima.
VI
El fuego duro como dos horas, tiempo en el cual, las sombras se mantuvieron a distancia. Poco antes de que se apagara, subí a la camioneta y salí apresuradamente a diez cuadras más adelante donde estaba la otra estación de servicio. Llegué ahí y cuando bajé de la camioneta, Sentí la sensación más aterrante de mi vida. Ahí, frente a mí, estaba el ser más maligno que mi mente hubiera imaginado, me miraba con odio, deseando acabar conmigo. Subí, no sé ni como a la camioneta y cerré la puerta cuando el intentaba entrar, sus manos, se quedaron conmigo. Pero él se quedó. Veía esas manos negras y asquerosas. Abrí la puerta y cayeron simplemente por gravedad. Una repugnancia se apoderó de todo mi cuerpo. Empecé a vomitar, era miedo, asco, temor... Disminuí la velocidad y la camioneta empezó a moverse en zig zag, quise controlarla y era imposible. En unos segundos, la luz de la camioneta ya no era visible, estaba rodeado. Pensé en disparar, pero ¿Seis tiros? No serviría de nada. Respiré profundamente y esperé a que entraran por mi.
Pasaron varios minutos, la camioneta estaba encendida, aceleraba, pero no avanzaba, sabía que estaban rodeándome, pero no hacían nada por entrar. Encendí la luz de la cabina y súbitamente esta se apagó, junto con el carro. Habrán quitado la batería, pensé. Decidí esperar su siguiente movimiento. El tiempo seguía su curso y nada pasaba. Ya era más de una hora que estaba ahí.
Busqué mi celular y vi la hora, cinco cincuenta y siete, amanecería en menos de diez minutos. Lentamente, empezaron a retirarse. En una fracción de segundo, ya no había nadie. Estaba solo. Vi claramente como la luz del alba, estaba iluminando todo. Baje de la camioneta, estaba a las afueras de la ciudad, en una camioneta toda golpeada y lleno de sangre. Subí a la camioneta y la intenté encender, era inútil.
Empecé a caminar por la ciudad, era realmente increíble todo lo que pasó esta noche. De pronto, lo noté. La gente. Empezaban a circular carros y algunas personas caminando. Me dió un gusto enorme, me acercaba a las personas y estas me sacaban la vuelta o corrían. No entendían mi alegría. Entonces reparé en mi aspecto. Andaba en boxers, sin camiseta, con un arma en la mano y todavía con algo de sangre de mis heridas. Tire la pistola en un basurero y me apresuré hacía mi casa. No alcancé a llegar, dos cuadras más adelante me detuvo una patrulla y me llevaron a la comandancia.
VII
Mi médico me recomendó que escribiera con detalle toda la historia y esto es lo que pasó. Yo no sé aun si pasó o no. Lo que si sé, es que estoy preparado para hacerles frente, porque soy la luz y ellos odian la luz. La odian.
3 comentarios:
Me acordaste de 2 o 3 películas... Que miedooo por eso no me gustan este tipo de novelas o historias...
La luz, siempre al final es hacia donde vamos...
Me encantò tu historia, cuento o pesadilla me gustò mas la conclusiòn a la que llegaste de que somos luz y con tu luz vences todo ves chaparrito :)
El relato empieza en medio de la acción, unos cuantos minutos después de que la rutina de la cotidianidad se ha quebrado. Y, aun cuando aún no se ha manifestado toda la locura que más adelante se desarrolla, desde la primera línea ya hay tensión porque las cosas no son como tendrían que ser. El narrador se nos presenta desde el inicio como si estuviera fuera de su elemento. Aun así sigue comportándose como alguien completamente sensato que sigue paso a paso aquellas precauciones que han de tomarse en casos de emergencia. La demencia de la situación no salta a la vista hasta el final de ese primer fragmento. A partir de ese momento de pánico súbito, los detalles francamente ilógicos van sucediéndose cada vez con mayor frecuencia e intensidad. El ambiente está impecablemente bien construido. La interrupción breve que hay entre los cambios de fragmentos corresponde a puntos estratégicos en que la tensión se incrementa y se retoma, no desde el susto del fragmento que acaba de terminar, sino desde un dominio de la situación o desde un lanzarse a la acción que no estaba en las últimas líneas anteriores.
El ser que pierde las manos me recordó vivamente a algunos de los demonios que Lovecraft muestra en algunos de sus cuentos.
El final, aunque no es totalmente sorprendente, es el mejor que puede tener. Especialmente los últimos dos renglones en donde no solamente se nos demuestra que el personaje ha cambiado a raíz de la experiencia, sino que está esperando pacientemente el momento de iniciarse de vuelta en la aventura para esta vez tener el control él, casi como si hiciera un guiño para pedir que vengan pronto ya que, a fin de cuentas, él ya está listo. No es de extrañar que los fragmentos sean siete… el siete representa a la valentía en numerología y le sienta a las mil maravillas a la frase “soy la luz”.
Muy buen texto. Me gustó. Felicidades... son pocos los latinoamericanos que escriben terror o ciencia ficción, espero que eso cambie pronto.
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