Sin saber me he metido en un terreno desconocido, ahora que me doy cuenta e intento regresar, descubro que no sé como hacerlo. Una especie de temor se apodera de mi. Todo a mi alrededor se ve tan igual que no distingo ningún camino. El sol empieza su caída y cada vez siento que avanza más rápido. Empiezo a correr, corro, veloz, mis músculos me queman, pero tengo que salir. Es una huida. Mi mente me guía y siento, por sólo un instante, esperanza.
De pronto, me detengo en seco. Siento el sudor correr por mi espalda. Frente a mí hay una gran pared de roca que no recuerdo haber visto nunca antes. Mi desesperación no me permite focalizar, debo concentrarme.
Miro a todas las direcciones y el sol me regala sus últimos rayos de luz, hace tan poco que estaba en la seguridad de mi auto. Porque decidí caminar, que me trajo a este lugar. Debo tranquilizarme, el miedo no lleva a nada. Empiezo a caminar torpemente hacía ningún lugar en específico, la noche es inminente. A lo lejos veo resplandores extraños, sigo caminando hacia ellos. Las ramas empiezan a golpear mi rostro y mi cuerpo, ya no puedo verlas. Una enorme rama me hizo caer, me golpeé fuertemente la frente. Caí en una especie de fango, es frío, intento levantarme y el dolor en mi cabeza no me lo permite, toco mi frente y siento la viscosidad de la sangre, sale sin control, intento mantener presión sobre la herida y es indescriptible la paz que siento, arriba de mi, un poco de cielo abierto me permite visualizar las estrellas, son cientos de ellas, no recuerdo un cielo tan despejado. Una paz se apodera de mi cuerpo y me invita a cerrar los ojos, como un último reflejo de mi instinto, no me permito dormir. Estoy perdido, exhausto, herido y sin posibilidades reales de salir bien de esto.
Sin embargo, ya no me importa, sólo cierro mis ojos y te recuerdo, estoy tranquilo, estoy en paz.
Al despertar, estoy en una mullida cama de hotel, el confort raya en lo molesto. Salto de la cama y corro al espejo, ahí está mi herida, cicatrizada, pero es imposible, es una cicatriz de años. Mi rostro, mi cuerpo no es el mismo de ayer, han pasado por lo menos veinte años. De pronto sale de la nada una hermosa mujer, tan sólo envuelta en una pequeña toalla, con extrema naturalidad se acerca a mi y me besa. Ante mi nula respuesta, hace un mohín y dice: - Amaneciste extraño este día, ha de ser la maravillosa noche que pasamos juntos, o quizás que te pasaste toda la noche moviéndote inquieto en la cama. Te amo, nos quedan dos días de este paraíso, luego a volver a la realidad, los niños, el trabajo... pero sabes, por ti todo vale la pena. Pediré el desayuno.
Heme aquí, perplejo, sin saber que decir, ni que hacer, me siento en el borde de la cama y recapitulo... ¿Qué me pasó?
De pronto, me detengo en seco. Siento el sudor correr por mi espalda. Frente a mí hay una gran pared de roca que no recuerdo haber visto nunca antes. Mi desesperación no me permite focalizar, debo concentrarme.
Miro a todas las direcciones y el sol me regala sus últimos rayos de luz, hace tan poco que estaba en la seguridad de mi auto. Porque decidí caminar, que me trajo a este lugar. Debo tranquilizarme, el miedo no lleva a nada. Empiezo a caminar torpemente hacía ningún lugar en específico, la noche es inminente. A lo lejos veo resplandores extraños, sigo caminando hacia ellos. Las ramas empiezan a golpear mi rostro y mi cuerpo, ya no puedo verlas. Una enorme rama me hizo caer, me golpeé fuertemente la frente. Caí en una especie de fango, es frío, intento levantarme y el dolor en mi cabeza no me lo permite, toco mi frente y siento la viscosidad de la sangre, sale sin control, intento mantener presión sobre la herida y es indescriptible la paz que siento, arriba de mi, un poco de cielo abierto me permite visualizar las estrellas, son cientos de ellas, no recuerdo un cielo tan despejado. Una paz se apodera de mi cuerpo y me invita a cerrar los ojos, como un último reflejo de mi instinto, no me permito dormir. Estoy perdido, exhausto, herido y sin posibilidades reales de salir bien de esto.
Sin embargo, ya no me importa, sólo cierro mis ojos y te recuerdo, estoy tranquilo, estoy en paz.
Al despertar, estoy en una mullida cama de hotel, el confort raya en lo molesto. Salto de la cama y corro al espejo, ahí está mi herida, cicatrizada, pero es imposible, es una cicatriz de años. Mi rostro, mi cuerpo no es el mismo de ayer, han pasado por lo menos veinte años. De pronto sale de la nada una hermosa mujer, tan sólo envuelta en una pequeña toalla, con extrema naturalidad se acerca a mi y me besa. Ante mi nula respuesta, hace un mohín y dice: - Amaneciste extraño este día, ha de ser la maravillosa noche que pasamos juntos, o quizás que te pasaste toda la noche moviéndote inquieto en la cama. Te amo, nos quedan dos días de este paraíso, luego a volver a la realidad, los niños, el trabajo... pero sabes, por ti todo vale la pena. Pediré el desayuno.
Heme aquí, perplejo, sin saber que decir, ni que hacer, me siento en el borde de la cama y recapitulo... ¿Qué me pasó?
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