sábado, enero 16, 2010

Sobreviviente.


Llueve lejos, el aroma a tierra mojada llega con la brisa fresca de la tarde, el invierno se estaciona en un día atípico para enero, de día calor, noche fría. Mis ojos se maravillan con el paisaje en el horizonte, las nubes se mueven armónicamente, en una armonía increíble, los colores van del blanco al negro pasando por un gris que se mezcla rápidamente. El frío comienza a llegar agudo, en minutos las nubes cubrirán el cielo sobre mí y la lluvia llegará, volteo a mi alrededor y no veo donde pueda guarecerme, me espera una larga noche. Tomo mi pequeña mochila y camino en sentido contrario a la lluvia, me devuelvo sobre mis pasos. Al poniente el sol comienza a ponerse, tengo pocos minutos de sol y caminar a oscuras no es opción. A lo lejos veo una pequeña cueva que podrá servirme. Avanzo lo más velozmente que mi cansancio me lo permite. El sol se oculta dejando apenas luz, llego a la cueva y con unas ramas trato de limpiarla. Afotunadamente dentro no hay animales y procedo a buscar con el reflejo del sol en las nubes algunas ramas que me sirvan de protección contra la lluvia, que a cada momento es más inminente.

Ya son tres días en estas montañas. Es increíble como pude sobrevivir al accidente. La avioneta se estrelló con algo y el piloto murió, caímos como una lata vacía, apenas pude elevar un poco el avión cuando impactamos con un pequeño lago. Mis socios, murieron instantáneamente. Yo desperté con golpes leves, nada de gravedad. Y aquí estoy, buscando desesperadamente aferrarme a la esperanza de ser rescatado. La noche de anoche no pude dormir, Por fortuna pude capturar un poco de agua y llenar dos botellas, la poca comida que alcancé a sacar de la avioneta se acabó, es hora de empezar a buscar alimento, para poder avanzar, aunque el pronóstico es muy desalentador. Según mis cálculos estoy a unos 120 kilómetros de la población más cercana y para llegar hay que atravesar una sierra llena de obstáculos, lo mejor es mantener la calma y empezar a planear que hacer para señalar mi posición. Mi teléfono celular no tiene obviamente señal, sin embargo, apagué el aparato para conservar la carga de la batería, por si más adelante se me ocurre alguna forma de comunicación con él. Estoy haciendo un inventario de lo que tengo como herramientas, una pequeña navaja, un desarmador, un paquete de cerillos, un encendedor sin gas, unas gasas y cinta adhesiva y pañuelos de tela. No hay más, en mis bolsillos, unas monedas y mi cartera.

Frente a mi hay una montaña que sobre sale de las demás, la ubico como un buen punto para montar una especie de campamento, me dirijo hacia allá, con un ánimo renovado. A cada paso siento que me encaminó a mi salvación. Después de caminar sorteando los obstáculos naturales del camino, me encuentro con un gran cañón justo entre mi montaña y el lugar donde he llegado. Rodeo con mi vista las posibilidades, no hay muchas, lo menos complicado es bajar por una ladera al norte y subir por una vereda como a quinientos metros hacía el sur. Hago cálculos rápidos y por lo menos me tomará un día completo llegar a mi objetivo. Sin tiempo que perder, emprendo el descenso. Es un poco más complicado de lo que supuse, en varias ocasiones resbalo y caigo cinco o seis metros y me lastimo, tengo que cuidarme de no salir lesionado, una herida grave o una rotura de un hueso sería definitivamente mi fin.

Llegar al piso del acantilado fue la parte fácil, el resultado fueron cuatro espinas de considerable tamaño enterradas en mi pierna izquierda y dos raspones que sangran levemente. Con dificultad saco las espinas de la piel y sangro profusamente de una de las heridas, creo que es una vena, busco desesperadamente dentro de mi mochila y no encuentro nada, le quito una de las correas y con ella hago un improvisado torniquete, parece funcionar, la sangre deja de salir a borbotones, cierro los ojos y me siento en la fina arena del riachuelo.

Por más que lo intento no puedo abrir los ojos, debo de haber perdido mucha sangre y la falta de alimento. Escucho ruidos alrededor de mí. Sé que debo moverme, ponerme alerta, pero no responde mi cuerpo a las órdenes de mi cerebro. Haciendo un esfuerzo sobrehumano abro los ojos y alcanzo a ver una silueta humana correr, para cuando termino de abrir los ojos y enfocar ya no hay nadie. El sol de mediodía lastima mis pupilas, entrecierro mis ojos y siento algo pesado en mi pierna, me levanto como un resorte y veo una especie de vendaje en mi pierna, mi instinto me ordena correr hacía el río y tomo del suelo mi mochila y una gran rama de un árbol seco que está caído. Grito con todas mis fuerzas: - ¿Quién eres? ¿Quién está ahí? De pronto, siento el mareo de nuevo, sé que el siguiente paso es el desmayo y siento mucho temor, caigo de rodillas en el agua y alcanzo a ver como la silueta se acerca mientras mis ojos se cierran de nuevo.

Despierto y estoy en completa oscuridad, no es posible distinguir nada, busco alrededor de mí y sólo alcanzo a sentir una especie de colchón de pieles debajo. Es sumamente cómodo, es como un sueño, si, creo que es parte de mi alucinamiento, mejor intentaré seguir con el sueño, más tarde despertaré.

Es el hambre que hace que despierte, el dolor abdominal es muy fuerte, me siento y veo una leve penumbra que arroja una antorcha o fogata a lo lejos, alrededor de mi cama hay canastas y platos llenos de comida recién preparada, frutas, liebre asada, carnes condimentadas, que huelen deliciosamente bien, veo un gran tarro con agua y lo bebo de un sólo jalón. Con desconfianza empiezo a probar la fruta y después la carne, es un banquete. El ánimo regresa a mí y empiezo a gritar de nuevo: - ¿Hay alguien aquí?, Gracias por esta comida, está deliciosa...

El silencio me contesta, veo de nuevo mis heridas y milagrosamente parece que nunca estuvieron ahí, como si hubiera pasado mucho tiempo y quizás así fue. Termino de comer y me pongo de pie, es hora de saber quien se ha tomado tantas molestias por mi persona. Al levantarme, veo que en la oscuridad hay un grupo de personas observándome, sólo atino a sonreír y los saludo. Ellos me ven con recelo. Una joven muchacha del grupo se acerca, está vestida con un simple vestido de algodón, algo anticuado para la época, los demás salen de la oscuridad detrás de ella. -Hola, bienvenido a nuestro pueblo, nadie viene nunca acá. No son bienvenidos los turistas. Yo trato de explicarle que no ando en plan turista, pero uno de los hombres me hace un gesto pidiendo silencio. Ella continúa hablando: - Sabemos que no es tu intención quedarte hacernos daño, por eso te pedimos que no digas nada, te ayudaremos en lo posible para que tu estancia aquí sea breve. Tan sólo atiné a afirmar con mi cabeza, sin saber todo lo que me esperaba por descubrir.

Continuará... Sugerencias para lo que sigue, ¿Alguna idea?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que te parece si lo lastimas un poco????un golpe en la cabeza, o un brazo fracturado, pero claro mandale ayuda, una mujer, nunca debe faltar en una historia, una hada de las montañas, quien lo cuidará mientras se recupera de su inconciencia, pero que nunca hable con él, que le muestre el camino, pero de manera sutil, a tal grado que piense que la imagina, que lo lleve a un punto distinto de la montaña que cree es su salvación, la cual definitivamente no lo sería....... para el titulo no se me ocurre uno bueno, el que le has puesto, hasta el momento esta bien

Anónimo dijo...

y que tal si el hada lo lleva a un paraíso oculto en las montañas, un paraje donde hay agua, comida, toda una belleza natural, en la cual olvide su deseo de ser rescatado, en donde también haya personas que viven en la aldea, y misteriosamente también existe cobertura de red para su celular, pero que no lo use, al menos por el momento, que se debata entre la necesidad de quedarse ahí, o de volver a la ciudad, a su trabajo, a su familia, esposa, hijos etc. que decidirías tu? (total, a lo mejor lo dan por muerto)

con cariño lunita...