martes, enero 05, 2010

Cuento de enero


Estoy parado en una esquina de mi pequeña ciudad. Es tarde, el viento helado me recuerda que el crudo y extremo invierno de este desierto es así, duro. No puedo esperar más, mis pies están congelados, intento calcular la temperatura, pero mi cerebro está también congelado. Ya no hay gente en las calles, maldigo el momento en que acepté vernos en estas condiciones, veo el reloj en mi celular y consigo soportar las ganas de marcarte para cancelar. En realidad te extraño tanto que si no fuera por este clima insoportable mandaba todo al carajo.

A lo lejos veo unas luces que se acercan, debe de ser tu auto, bajo de la banqueta y espero en la orilla de la calle, que llegues significa meterme dentro del coche y escapar de la gelidez de la noche, claro y encontrarme con tu gélida actitud hacia mí. Frenas estrepitosamente justo frente a mis pies. Sonriendo quitas los seguros y entro dentro de tu nuevo auto. ¿Cuánto hacía que no veía tu hermoso rostro? Un mes, quizás casi dos. He evitado pensarte durante tantos días que el que me cites para vernos con tanto misterio después de que sin ninguna explicación terminaste nuestro tórrido romance de más de dos años y te fuiste. Mi corazón roto paso por todos los sentimientos, juré que aunque me rogaras no te daría oportunidad ni siquiera de mirarme. Pero ahí estaba, en realidad, necesitaba una explicación.

Tu sonreías y parecías un ángel, moría por besarte. No era posible que todo el odio y resentimiento de todos estos días se esfumara. -Hola, fue todo lo que atiné a decir. Ella me pidió que guardara silencio con un sólo movimiento de su dedo índice en sus lindos labios que esbozaban un beso... Y te soltaste riendo a la vez que arrancabas el auto a gran velocidad. Con dificultad me puse el cinturón de seguridad y no quise aparentar miedo, pero en realidad daba terror ir en tu coche. Las calles oscuras y vacías hacían más terrorífico el recorrido, de pronto, noté que los semáforos estaban en rojo y tú no hacías nada por detenerte, era una carrera a muerte. -¿Qué haces? ¿A dónde vamos? ¿Hay necesidad de ir tan rápido? A nada me contestabas, sólo reías como una loca. De pronto, cuando el auto iba a más de 150 kilómetros por hora, te pedí que te detuvieras y volteaste a verme, tu rostro empezó a descomponerse, tus ojos se tornaron rojos, inyectados de sangre, a pesar de la oscuridad pude ver la maldad dentro de ellos, sabía que era el fin. Soltaste el volante, abriste la puerta y te lanzaste a la calle, volteé hacía el frente y ahí estaba un enorme pilar de un puente recién construido, intenté dar vuelta al volante pero era tarde. El coche se estrelló y pude verme intentar salir disparado pero el cinturón me detuvo, cristales, ruido de metal crujiendo, heridas en mi piel, huesos quebrándose, vi mi vida en ese instante, todo fue tan rápido y a la vez como en una cámara lenta increíble, cerré los ojos y me abandoné, el dolor intenso desapareció y dio paso a la luz.

Un insistente sonido de alarma hizo que abriera los ojos. Ahí estaba, no, no en una cama de hospital, estaba en el sofá cama de mi hermano, si, con el que la noche anterior me había tomado una botella de vodka para olvidarla. Así la sueño y la he soñado de mil formas... Hasta en el sueño trata de destruirme, pero saben, soy más fuerte que ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

nice!