Y ahí estaba, sentado en ese cuarto vacío. Con la soledad como compañía en uno de los días más absurdos de toda mi vida. Y pensar que el día prometía ser luminoso y lleno de cosas buenas, como lo había sido durante tantas semanas.
Te conocí hacía medio año atrás. En un café que nunca acostumbro y que me jaló como imán a sentarme en una mesa alejada en un rincón. Pedí un latte y me dispuse a revisar las notas del mi vida laboral. Todo estaba gris, monótono y frío. Al traerme mi café levanté la vista y te vi llegar, estabas vestida de verano y la noche empezaba a llenar de un tremendo frío las calles. Por lo menos el lugar estaba aclimatado y envolvía en un cálido sopor a todos los que ahí coincidíamos. A pesar de haber mesas disponibles del otro lado del local, escogiste la que estaba frente a mí. Al sentarte sonreíste de una manera casi angelical. Ahí me enamoré. Como autómata me levanté y por más que trato de recordar mi discurso, no puedo recordar ni una sola palabra. El caso es que terminamos esa noche, quitándonos el frío con un abrazo, el abrazo más sincero y amoroso del que tenga memoria.
A partir de ese momento nos hicimos inseparables. Todo era perfecto, respetábamos la individualidad, eramos empáticos, atentos, cariñosos y sobre todo, el estar juntos nos hacia inmensamente felices.
Pasaron lo días que rápidamente hicieron semanas, tu presencia inyectó energía a mi vida y empezaron a surgir los éxitos en todos los aspectos. Definitivamente el ser feliz hace que toda tu vida se llene de esta vibra y es una sucesión de eventos que te llevan a un éxtasis difícil de explicar. Caminamos caminos que nunca imaginé transitar, cada vez llegábamos más lejos, cada vez más felices, más juntos.
Ayer, salíamos de la última locura. Aprender a bailar salsa, después de dos horas de pisárnos los pies y reírnos como nunca, regresábamos a casa, cuando de pronto, de la nada, un flash, estrépito y dolor.
Ahora estoy aquí, solo, sin saber bien que pasó, intento moverme y no lo consigo, me duelen los ojos, mis manos están inmovilizadas al igual que mis piernas, de entre las sombras veo surgir una silueta. Es un hombre que me habla. Me dice cosas que no entiendo, me habla por otro nombre. Habla de un secuestro. De que mi vida vale acorde a como me porte y que si no hago lo que piden, no habrá vida que seguir. Me habla por otro nombre... Me habla creyendo que soy alguien que no soy, intento hablar y mi boca esta amordazada. Insiste en llamarme por un nombre que no conozco, me golpea y sé que esto, no es más que una confusión, una lamentable confusión, que no tiene remedio, ni un final feliz. Me sumerjo en el recuerdo de mi amor y ahí encuentro un refugio, me aíslo de todo este error y la sombra me sigue llamando con otro nombre. Con otro nombre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario