Teniendo el tiempo en mi contra, me movía pesadamente con más de diez kilos de ropa que el invierno crudo exigía portar. Parecía algo así como el viejo perchero del abuelo, donde sacos, abrigos y gabardinas se colgaban para disfrutar el dulce fuego de la chimenea. Ahí voy, zigzagueandoo en las calles atestadas de Nueva York, pese a mi resistencia de venir en esta época del año, aquí estaba, intentando abrirme paso esa fría mañana para llegar lo más pronto posible con mi editor. Era la última revisión de mi segunda novela y del libro de cuentos. Todo se veía prometedor, aunque estas reuniones siempre eran para mi, sólo una pérdida de tiempo. Todo estaba dicho, si no habíamos firmado el acuerdo ayer, era porque las botellas de vino tinto y la música no lo permitieron. En esos recuerdos vívidos me estaba perdiendo, pero una brisa helada me sacó de mi memoria reciente. Volteo y la veo parada en la esquina, ahí fue la primera vez que me enamoré de verdad.
Sin permitirme ninguna duda, me acerqué a ella y con la mejor sonrisa que la tormenta de nieve me permitió, la salude con un "-¡Hola! Su rostro se iluminó cuando sus ojos buscaron los míos. Increíblemente, pese a mi histórica personalidad introvertida, me acerqué y le di un abrazo. Las décimas de segundo que duro antes de la reacción que esperaba fue detener el tiempo, sentí su cuerpo, su piel, su respiración detenida, su sorpresa, pero lo más que sentí fue su alma, la esencia misma de ella, la luz que vi desde el primer momento pude palparla. Fue magia.
Ella me abrazo, con el asombro de quien se deja abrazar por un desconocido, por sólo un instante, lentamente separo primero su rostro de mi hombro, sus ojos voltearon de nuevo a verme y pude ver dentro de ella, ese instante lo atesoro como lo más valioso que me ha pasado. Al separarnos, tome sus manos y la invité a entrar a un café, ella, quizás sintiendo lo mismo aceptó. Estuvimos todo el día platicando, conociéndonos. Al caer la noche, llegó el inevitable tiempo de la despedida. Le di apresurado mi correo electrónico, casi seguro que nunca más la vería. El adiós fue dulce e inolvidable, un abrazo fuerte y sincero, esta vez acompañado de un suave beso en la mejilla y la vi partir.
Una semana después iniciamos una amistad virtual por correo y hoy, a casi cinco años de ese evento, nos amamos con la misma ilusión de aquella primera vez que nuestras miradas se cruzaron, estamos juntos y creo que esta experiencia es definitivamente para siempre. Te amo. Gracias por estos cinco años.