Las antiguas culturas de México construyeron sus templos pensando no solamente en el vínculo estrecho que tenemos los seres humanos con la tierra, sino también en el enorme vínculo que establecemos con el cosmos.
¿Por qué los antiguos ponían tanta atención a este evento?
La respuesta tiene dos vertientes:
La primera está asociada al estado de la naturaleza. En el equinoccio de primavera en marzo brota la vida, todo florece y comienza un periodo en el que se crearán los frutos que han de alimentar a todos los seres vivos. En el equinoccio de otoño en septiembre se cosechan los frutos y la tierra comienza su periodo de reposo y descanso donde la naturaleza muere y se contrae para depositar las semillas sobre la tierra, las mismas que comenzarán a crecer en marzo.
La segunda vertiente tiene un profundo significado místico y esotérico porque es un estado cósmico en el que se concreta el equilibrio perfecto de los opuestos. Es lo que cada ser humano debe trabajar en sí mismo. Lo masculino no debe ser superior a lo femenino, lo que mora dentro de nosotros se debe conectar armónicamente con todo lo que nos rodea fuera, arriba en el cielo con nuestras intensiones y actos concretamos la voluntad divina en la tierra, dejamos de ansiar el futuro, nos desapegamos del pasado para vivimos solo el presente, la luz de la sabiduría nos permite entender la oscuridad del egoísmo.
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