Hay una inusual melancolía en la lluvia vespertina. Quizás sea la remembranza de aquellos lejanos días, de risas y personas que ya no están. El olor a tierra mojada en el desierto, es hoy más fuerte que nunca. Me arranca de mi realidad y me lleva hasta lo más recóndito de la memoria.
Hoy recuerdo mi niñez de gotas derramadas en el cristal que llena mi asombro y en el porche de una casa descuidada de pintura, pero llena del aroma a café y comida de la abuela, de un árbol que me servía de refugio, de un gato que misteriosamente llegó y así mismo desapareció, de un perro anciano que apenas recuerdo, de risas tontas, de ausencias rotas y reverberancia de tantas canciones que se mezclan en un soundtrack estrambótico de vida compartida entre cocacolas de vidrio y pan recién horneado.
Un callejón de un barrio más de Hermosillo, que comparte historias de complicidades y de tanto que se ha olvidado, tanto que se recuerda.
Hoy la lluvia me sabe a eso, a recuerdos, al ayer.
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