domingo, abril 25, 2010

Desierto


En el horizonte la oscuridad total comienza a despejarse y da paso al alba. El sol empieza su camino de un nuevo día que no se detiene. El desierto despeja su brisa fresca y empieza rápidamente a calentarse, los animales buscan su guarida para guarecerse del intenso calor emitido por el astro rey.

Mis labios están secos y mi cuerpo se siente resquebrajado, ya son tres días en la inclemencia del desierto de Altar. Mis cálculos fallaron y en este momento no sé si lo lograré, a pesar de haber dormido siento un agotamiento por la falta de alimento, aunque eso es lo de menos, la sed atraviesa mi garganta y siento la arena entrar libremente por mi boca.

Ahora empiezo de nuevo el camino, tengo que lograrlo, caminaré guiado por la trayectoria solar, no puedo estar equivocado, debo de estar a pocos kilómetros de la carretera, lo sé. Elijo caminar hacia el sur, la avioneta se estrello muy cerca de la frontera y aun se veía la carretera al caer. Desafortunadamente fui el único sobreviviente. No habrá equipos de rescate, ya que volábamos en una misión secreta para el gobierno mexicano. Así que dependo únicamente de mis conocimientos y ahora más de mi instinto de supervivencia para poder salir vivo de esto.

Mis sentidos empiezan a jugarme una mala pasada, escucho voces y el anhelado ruido de los motores de los autos en la carretera, en ocasiones apresuro el paso al escuchar algo inusual, pero desisto al darme cuenta que no hay tal sonido, que es mi cabeza quien lo origina. Sigo caminando y esta vez arrastro los pies, he caminado más de quince kilómetros este día. Ya es casi mediodía, la velocidad es la correcta, pero la energía está faltando. Calculo que la deshidratación me dará cuando mucho unas cuatro horas más en este paso. Continuo con el ánimo un poco renovado al nublarse el cielo con unos nubarrones que amenazan lluvia, pero por lo pronto me dan la reconfortante sombra que me aleja del quemante e intenso sol que no soporta ya mi piel.

Mis pies están atorados en la arena y sé que no son ni las dos de la tarde. Ya no puedo dar un sólo paso más. Enmedio de una suave brisa húmeda que me llena el olfato de olor a tierra mojada, me venzo y caigo pesadamente sobre la arena. Me doy media vuelta para mirar el cielo y las nubes que corren en una imagen bella de formas artísticas que jamás voy a olvidar, suavemente me dejo llevar por el cansancio y me niego a cerrar los ojos, de forma tal que no me pierdo ni un detalle. Mis oídos se abren a todos los ruidos del desierto, la arena que se mueve con el viento, el leve roce de las choyas, el lejano y atemorizante cascabel de una víbora, y mezclado, aun lejano pero sin duda real, el sonido típico de la carretera. Mis músculos se niegan a interrumpir con su movimiento el sonido que empieza a agitar los latidos de mi corazón. No hay margen a la equivocación, es la carretera. Sacando fuerzas de la fe, me levanto de nuevo y me direcciono ahora guiado por ese sonido esperanzador, está tan cerca que siento poder tocarlo si extiendo mi mano. Empiezo a correr, en realidad camino pesadamente, pero mi espíritu corre gozoso a la vida, a la continuación de la existencia. Ahora son mis ojos los que confirman al subir una pequeña cuesta, ahí está la carretera. Los autos pasan veloces y no me imagino una sensación igual en el mundo a sentirse salvado, llego dificultosamente a la orilla de la carretera y sonrío mientras veo al primer vehículo que se acerca, levanto mi mano, pero ya mis piernas no me responden, caigo a un costado de la carretera.

El conductor apenas alcanza a salir de su sorpresa y acelera para alejarse de la espantosa visión. Me imagino su pensamiento. No lo culpo, sonrío, yo haría exactamente lo mismo. Ahora estoy ahí, al margen de la carretera internacional Caborca- Sonoita y escucho pasar cinco, diez, veinte autos y camiones y nadie repara en mí. O mejor dicho, nadie se interesa en mí.

La fe empieza a alejarse de mí, al ver que el ocaso llega invariablemente y la sensación de sed me quema mi garganta, mi laringe y el estomago se contrae. Es un infierno que se desata dentro de mi ser. Tengo que hacer un último esfuerzo, me levanto trabajosamente, los autos ya encienden sus luces y me planto frente al siguiente auto que frena intespectivamente, al intentar evadirme invade el carril contrario donde un autobús de pasajeros lo impacta de frente, la camioneta prácticamente desaparece en una bola de fuego que ilumina la carretera y la noche que inicia, volteo y veo frente a mi un camión que frena pero el golpe es inevitable, siento que mi cuerpo se desgarra completamente, no hay dolor, sólo siento que floto y que todo se mueve en cámara lenta, ahora todos los detalles son palpables, la oscuridad se fue y una suave luz llega. Es una sensación de paz absoluta. Sonrío y me dejo ir en esa luz que me envuelve, es como entrar en un sueño plácido. Después de eso, todo se desvanece a un negro total, la nada.

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